miércoles, 18 de enero de 2012

La soledad de Carla


                              La soledad de Carla



Carla se mete una vez más en la cama. Es tarde, muy tarde. Como cada día, alarga más y más la hora de ir a dormir. Siempre tiene cosas que hacer. Y si no,  se las busca. Ir a la cama la deprime. Es en este momento, cuando se encuentra consigo misma, cara a cara con su auténtico “yo”. Una vez en la cama, comienza a hacer el repaso del día. Ha tenido tres visitas.  Ha ayudado a sus pacientes a afrontar sus problemas personales, familiares, sociales, y sobretodo, psicológicos. Ha hecho, nuevamente, el esfuerzo de entrar en sus tres personalidades, para ahondar en sus psiques. Les ha ayudado a encontar la luz necesaria para que salgan del pozo descavellado de los problemas mentales y afectivos que padecen. Después, en la Universidad, ha vuelto a tratar el tema de movimiento de las masas. Para ella, es un tema apasionante, pero tiene la sensación que los alumnos no le tienen la misma aceptación. Piensa que la próxima vez que toque el tema, lo reestructurá y enfocará desde otro punto de vista. Al final del recorrido mental de los hechos del día,  vuelve a mirarse a si misma. Le viene al pensamiento, como una liguera brisa, el recuerdo de aquel chico que la dejó plantada, hace ya muchos años, porque él, se había enomorado de otra. Carla no quiere retener aquí su pensamiento, pero tampoco tiene fuerza para buscar en su mente un pesamiento alternativo. Está cansada y se deja llevar. Se imagina a Jorge felizmente casado con aquella tontita. Sabe que ellos dos se quieren, que llevan una vida muy bien compenetrada y que tienen dos hijos que son encantadores. El mayor, acabará la carrera este año.

Carla tiene ganas, muchas ganas de llorar. De hecho no hay nada ni nadie que se lo impida y deja su amohada mojada de lágrimas. Ella está sola. No tiene a quién contar sus problemas ni sus ilusiones. Su cama es pequeña, pero se le hace grande, tan grande que al final decide ir a dormir al sofá del salón. Allí se encuentra más acogida. Allí, por lo menos, puede apoyar su espalda contra el respaldo del sofá, su único contacto en la larga noche. Finalmente, decide encender la radio. En su emisora preferida hay música de cámara. Son sonidos claros y repetitivos de los cuatro instrumentos, que ella va recorriendo con su imaginación. Ahora le atravisan la mente otras cuestiones, pero la música no las deja anidar en su pensamiento. Así, confortada con la música, pierde el conocimiento y se duerme...