La soledad de Carla
Carla se mete una vez más en la cama. Es
tarde, muy tarde. Como cada día, alarga más y más la hora de ir a dormir.
Siempre tiene cosas que hacer. Y si no, se las busca. Ir a la cama la deprime.
Es en este momento, cuando se encuentra consigo misma, cara a cara con su
auténtico “yo”. Una vez en la cama, comienza a hacer el repaso del día. Ha
tenido tres visitas. Ha ayudado a
sus pacientes a afrontar sus problemas personales, familiares, sociales, y
sobretodo, psicológicos. Ha hecho, nuevamente, el esfuerzo de entrar en sus
tres personalidades, para ahondar en sus psiques. Les ha ayudado a encontar la
luz necesaria para que salgan del pozo descavellado de los problemas mentales y
afectivos que padecen. Después, en la Universidad, ha vuelto a tratar el tema de
movimiento de las masas. Para ella, es un tema apasionante, pero tiene la
sensación que los alumnos no le tienen la misma aceptación. Piensa que la
próxima vez que toque el tema, lo reestructurá y enfocará desde otro punto de
vista. Al final del recorrido mental de los hechos del día, vuelve a mirarse a si misma. Le viene
al pensamiento, como una liguera brisa, el recuerdo de aquel chico que la dejó
plantada, hace ya muchos años, porque él, se había enomorado de otra. Carla no
quiere retener aquí su pensamiento, pero tampoco tiene fuerza para buscar en su
mente un pesamiento alternativo. Está cansada y se deja llevar. Se imagina a
Jorge felizmente casado con aquella tontita. Sabe que ellos dos se quieren, que
llevan una vida muy bien compenetrada y que tienen dos hijos que son
encantadores. El mayor, acabará la carrera este año.
Carla tiene ganas, muchas ganas de llorar. De
hecho no hay nada ni nadie que se lo impida y deja su amohada mojada de
lágrimas. Ella está sola. No tiene a quién contar sus problemas ni sus
ilusiones. Su cama es pequeña, pero se le hace grande, tan grande que al final
decide ir a dormir al sofá del salón. Allí se encuentra más acogida. Allí, por
lo menos, puede apoyar su espalda contra el respaldo del sofá, su único
contacto en la larga noche. Finalmente, decide encender la radio. En su emisora
preferida hay música de cámara. Son sonidos claros y repetitivos de los cuatro
instrumentos, que ella va recorriendo con su imaginación. Ahora le atravisan la
mente otras cuestiones, pero la música no las deja anidar en su pensamiento.
Así, confortada con la música, pierde el conocimiento y se duerme...