lunes, 1 de mayo de 2017

Llora el alma. Lloran los ojos.


Llora el alma. Lloran los ojos.

A veces llegan esos momentos en que te gustaría ser invisible. Crees que tu presencia es una reiteración constante y pedante en el mundo de los demás. Piensas que ya no construyes, que perpetuas, llegando a la convicción que has dejado de aportar absolutamente nada a esos seres que tanto han esperado de ti. No quiero dejar de vivir, pero sí quiero dejar de existir. Qué me olviden ya del todo. Yo les mantendré en mi memoria y ellos me recordaran como era, no como soy. Recordarán ese ser triste y desgraciado que resurgió de sus cenizas como ave fénix y que luego daba consejos basados en su experiencia. Pero esa gente ya ha resurgido, ya no necesitan mis reiterados consejos porque ya se aconsejan a sí mismas. Dejadme dormir en el limbo de los recuerdos. No insistáis, no me despertéis, porque quizá ya para mí sea más valioso el pasado que el represente. Quizá me apalanque en los buenos recuerdos más que en los sobrios momentos.


Esa soledad del corazón. Ese vacío que se siente cuando piensas en las cosas y las personas que pierdes. Cuando piensas en esos momentos que se fueron o que no llegaron a ser. Esa sensación de pérdida cuando no has perdido nada. Tristeza profunda. Vacío en el pecho que provoca un nudo en la garganta y lágrimas, débiles lágrimas. Es triste ver como pierdes lo que te llena, lo que te satisface y ya no.  Tristeza al pensar que el amor no es eterno.  Tristeza al recordar buenos momentos que sabes que jamás volverán. Lo siento, se me escapa el amor del alma. Se me resbala de la mano como se derrama el agua. Llora el alma. Lloran los ojos.