jueves, 8 de diciembre de 2022

NAVIDAD

                                              

 


                                                           NAVIDAD

 

Se acerca el solsticio de invierno. Un anciano pide limosna, comida o abrigo  en la entrada de un supermercado. Todos se lo miran con lástima. Algunos agachan la cabeza o giran la cara, no quieren sufrir. Solo unos pocos se paran, buscan en sus carteras y dejan unas monedas. 

     Una señora pasa a su lado. Siente lastima, se quita el gorro y se lo da. Al día siguiente el anciano no vuelve; se va a otro centro comercial. 

 

 

Un muchacho joven sale con el desayuno que se acaba de comprar, se percata del mendigo que está junto a la puerta y le da los guantes que estaba a punto de colocar en sus manos. El anciano no vuelve más a ese lugar

 


El tercer día el hombre pobre aparece junto a la puerta de otra tienda. Sigue pidiendo caridad. Lleva puesto el gorro que le dio la señora y los guantes del joven. La mayoría de las personas le ignoran. Pero una niña que va con su madre, se queda parada ante él, se quita su bufanda y la pone al rededor del cuello del anciano. Cuando la mamá y la hija salen con la compra, el anciano ya no está. 

 


Así día tras día. Llega la víspera de Navidad, todo el mundo se encierra en sus casas para celebrar el día en que más amor se derrocha. Nadie quiere estar solo. Todos se resguardan en la calor del hogar preparando suculentos platos. Pero un anciano vaga solo por las calles mirando el firmamento, buscando algo que solo él sabe. 


Hay quien pone calcetines en la chimenea, hay quien deja los zapatos al lado de la puerta. Otros se esmeran en adornar sus árboles de navidad mientras algunos dan los últimos retoques al portal de Belén. Y todos, absolutamente todos se van a dormir con la certeza que San Nicolás pasará por sus casas.  


La mañana de Navidad una señora recibirá aquello que tanto deseaba y justo al lado aparecerá su gorro. También, un muchacho verá realizado su sueño junto a los guantes que en cierta ocasión regaló a un anciano. Una niña, cuando se levante verá la muñeca que tanto había pedido tapada con una bufanda, aquella que le dio a un anciano famélico en la entrada del supermercado. Así sucederá con varias personas más, que se desprendieron de sus pertenencias para ayudar a otros. 


Y es que San Nicolás nos pone a prueba. Quiere saber quien hace las cosas realmente con el corazón. Así es la Navidad: dar 

 

domingo, 29 de mayo de 2022

CUEVA DE LOS 100 PILARES




                                                  CUEVA DE LOS 100 PILARES

 

 Cuando Nuño llegó al valle junto a su familia pensó que aquel lugar sería ideal para construir su choza. El río estaba cerca y las montaña que veía al norte les privarían del recio frío del invierno. Pero no;  familiares les esperaban y los condujeron a lo alto de la cima. Allí apartaron el tablón que hacía las veces de puerta. Un gran caldero en el fuego, en el fondo del caño, desprendía el olor de lo que se avecinaba: un buen cocido. Luego el niño y sus hermanos se quedaron dormidos sobre la manta que les tendieron en el suelo. 



Ya habían pasado cuatro años desde que llegaron. Nuño y su familia vivían cómodamente en su hogar. Para entonces habían llegado más familias, las cuales habían excavado más cuevas. Los hombres bajaban a las tierras aledañas al río Cidacos para atender los cultivos; a veces iban a cazar. Las mujeres se quedaban cerca de la vivienda cuidando de los animales y tejiendo vestidos y calzados. 

 


Con el tiempo los pobladores decidieron bajar al valle y construir sus casas con arenisca, la misma que habían sacado de las cuevas. Así lo hizo Nuño cuando se unió a Gadea. Las cuevas quedaron abandonadas. 


Poco después unos monjes decidieron vivir allí en recogimiento y austeridad. En el monasterio rupestre de San Miguel los religiosos se dedicaban al estudio, los rezos y los cánticos. Cánticos que todas las tardes oía Nuño mientras recogía, limpiaba o remendaba los aperos de labranza. Había pocos monjes pero las oquedades excavadas en los pilares de la cueva potenciaban las voces, pareciendo que hubiera muchos más.  
     Jamás se hubiera imaginado Nuño que varias generaciones posteriores utilizarían algunas de aquellas pequeñas cavidades como columbarios. Tampoco llegó a saber que pocos siglos después de su llegada a la cueva, los monjes tuvieron que huir de allá y refugiarse en el Monasterio de Suso; los árabes habían conquistado la península ibérica. Su vivienda inicial, aquella que con esfuerzo y tiempo habían excavado, fue lugar para hierbas, brebajes y pócimas que los invasores usaban para sanar enfermedades y heridas. 


¡Ay, pobre Nuño! ¿Qué hubiera pensado si después de siglos de abandono hubiera visto cómo lugareños desposeídos llegaban a reocupar ese hogar de su infancia y primera juventud? 

 

 

Aquellas cuevas volverían a ser desocupadas a medidos de siglo XX. Se abría paso al nuevo negocio: un enorme palomar daría de comer a muchos habitantes de la zona

 

Lástima que Nuño nunca supo que su hogar es hoy día centro de visitas para amantes de la cultura, estudiosos y turistas. 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

lunes, 10 de enero de 2022

2-LA NO COMPAÑERA (SI TU AL CIELO, YO AL INFIERNO)

                               2-Si tu al cielo, yo al infierno. La no-compañera 

 

 


 

La pobre Sra. Encarna, con sus dolores (cuando no tenía lumbago, le dolía la rodilla, o la cabeza, o las manos… cosas de la edad), no siempre podía cumplir con su tarea.  Viky y yo solíamos echarle una mano, ya que el trabajo tenia que quedar hecho al finalizar la jornada. 

Por eso, cuando se jubiló y vimos entrar a la sustituta, despampanante, resuelta, segura, simpática… nos alegramos mucho. Parecía que la empresa había contratado a la persona adecuada para ocupar la plaza de la Sra. Encarna. Por fin una persona joven, con energía. 

 

 

Nos costó tiempo y mucho sufrimiento entender que la Sra. Encarna, con sus deficiencias, era mil veces mejor que la nueva adquisición. 

 

 

Comenzaré diciendo que la muchacha necesitaba fumar un cigarrillo casi cada hora, el cual tardaba quince minutos en consumir y, mientras subía y bajaba de la terraza, eran casi otros quince.

     No entendíamos porqué entraba con tanta frecuencia al despacho de la jefa. Nos decía que tenia dudas y que quería resolverlas. Más adelante supimos la verdad, y es que nos culpaba de lo que ella no era capaz de hacer. Nosotras corríamos para acabar nuestras obligaciones para luego ayudarla. Alguna vez habíamos salido del trabajo dejando su parte sin hacer, pero incomprensiblemente, nuestra jefa nos llamaba la atención a nosotras dos. 

 

 

Lo peor fue darnos cuenta que la nueva compañera no solo no era una compañera; era como el mismo diablo. En realidad lo peor fue cuando intentamos hablar con la jefa para que se quitara la venda de los ojos. Nos contestó que la chica trabajaba correctamente y que nosotras le estábamos haciendo bullying.

 

 

Realmente fue algo muy penoso. Viky y yo tuvimos que buscar una nueva colocación, abandonando la empresa en la que tantos años habíamos colaborado.