sábado, 29 de septiembre de 2018

SURCANDO MARES/ 4-Florencia






4-Florencia 


En una ocasión me dijo una amiga que tenía que ir a Florencia. Ahora entiendo por qué me lo decía.
   Hay muchas ciudades bonitas en el mundo. Sin duda me iré de él sin ver la mayoría de ellas, pero hasta hoy Florencia es la que más me ha gustado. No puedes andar muchos metros sin ver una obra de arte. Y dónde no encuentras un fachada, encuentras una escultura, una galería de arte, un museo o un pintor creando. Florencia, una ciudad llena de luz que transmite bienestar y sabiduría. Me he quedado con la sensación de cómo cuando tienes mucha hambre y te dan a comer una pequeña muestra de una exquisita comida, no solo no te quita el hambre, sino que todavía te da más. 
   Alguien me ha dicho: volverás pronto. Espero que sea así. Quiero escrutar cada rincón de esta pequeña pero gran ciudad. 
   Me quedo con las palabras de mi hermana y compañera de viaje: Florencia es un joyero. 








SURCANDO MARES/ 3-Roma




3-Roma

Lo mejor de Roma ha sido David, nuestro guía. Él es un hombre menudo, piel muy tostada de patear calles, de unos cuarenta años pero ya sin cabello en su pequeño y moreno cuero cabelludo. Pues bien, David es un pozo de sabiduría en historia, y no solo la romana. Como he dicho en tantas ocasiones: no basta con saber, además hay que saber trasmitir el conocimiento. David, con su ligero acento italiano, pero en un perfecto español y con una voz fuerte, con o sin micrófono, nos ha explicado todo sobre Roma. 
   El guía nos ha dado detalles de las pinturas de la capilla Sixtina, de los obeliscos expoliados a Egipto, de las grapas de hierro y las losas de mármol arrancadas de las paredes para la construcción de cañones y edificios de familias poderosas romanas. Nos ha explicado los pormenores de la construcción de la plaza Navona, de la cúpula del Partenón, del Coliseo, del Arco Trajano, de la fuente de Trevi, del actual Palacio de Justicia, y más, muchos más detalles arquitectónicos de la capital del antiguo imperio. David también ha cuidado de nosotros, explicándonos dónde podíamos rellenar las botellas de agua, qué establecimientos tienen baño a disposición sin tener que consumir, en qué zonas se encuentran los mejores y los más económicos restaurantes. Nuestro guía y cuidador nos ha advertido de cómo llevar los bolsos y como son las/los carteristas que roban a los incautos turistas. 
   El protagonista de hoy no ha sido Roma, esta ciudad siempre estará presente para la Historia, siempre será reconocida, admirada, estudiada, visitada y amada. Pero David se difuminará entre los muchos guías que hay y habrá en Roma, por esta razón quiero dar relevancia a este mensajero del conocimiento. 










SURCANDO MARES/ 2-Ajaccio






2-Ajaccio 

Algo nuevo: ver amanecer en el mar desde el mar.
   Descontrol en el desayuno, nadie sabe dónde están los bizcochos ni si entra el café en el precio del crucero. Inseguridad en el momento de salir del gran barco. Sol radiante, aire fresco, mar intensamente azul, pueblo con suaves pendientes. Mucha, mucha gente todavía, gente para salir del barco, gente por las calles del pintoresco pueblo donde nació Napoleón, gente empujándose para subir al bus turístico, gente para desayunar, para comer, para volver al barco, gente esperando ascensores. Gente, gente, gente por todas partes. A veces pienso que no quisiera salir de mi adorado camarote, desde aquí tengo todo el mar para mí, aquí solo oigo el graznido de las gaviotas y las olas ocultas del mar. Des de aquí solo veo el azul del mar, el azul o gris del cielo y el blanco de las nubes, a veces veo gente, pero desde el piso diez parecen diminutas hormigas. 
   Córcega es una buena propuesta para pasar varios días. La arena es dorada, el mar parece una inmensa piscina natural, el agua es limpia y azulada, el aire fresco y suave, el sol calienta y broncea sin dar calor, la vegetación es de verde intenso. 

Volvería a Córcega, ya lo creo, pero en otro plan. 







SURCANDO MARES/ 1-Zarpamos






1-Zarpamos

Comenzamos esta nueva aventura con la comprobación del etiquetaje de las maletas: Una de mis acompañantes se ha equivocado, ha recortado una parte del billete de embarque y la ha colocado en el asa de su maleta. El macro taxi llega pronto y, entre comentarios y risas, llegamos sin darnos cuenta al muelle adosado. Es espectacular la buena organización que existe para embarcar, hay numeroso personal que nos indica por donde debemos pasar y qué documentos hay que mostrar. En ese momento no percibí la gran masificación que luego sí he encontrado a bordo. 
  Las maletas en la puerta de la cabina. El camarote no deja nada que desear a la suitede un lujoso hotel. El baño con suficiente espacio para todos los potingues que podemos llevar dos personas para una semana. 

El primer día es un estrés total. Tras dejar las maletas en recepción de equipaje vamos al comedor, lleno de viajeros, con mesas insuficientes y comida sírvase usted mismo. Para llegar al camarote debemos recorrer metros, muchos, de pasillos estrechos y zigzagueantes. Al poco de instalarnos sentimos por megafonía que otro de mis compañeros de viaje debe presentarse en el punto de atención, ha de ir a dar explicación, más bien a sentir la explicación: le han requisado su pequeña navaja, esa que desde que se la regaló su nieto siempre va con él. No ha regresado a su camarote cuando otra vez la megafonía nos advierte que es obligatorio ir al simulacro de hundimiento. Todos los pasajeros desfilamos de nuevo por los laberínticos pasillos siguiendo las indicaciones del personal. Nos distribuyen en diversas salas, a mí me corresponde el casino, lleno de máquinas tragaperras. Ahí, sentada en un taburete delante de una de ellas, observo a los tripulantes (uno cada dos metros cuadrados) cómo debo ponerme el chaleco salvavidas y cómo usar el silbato mientras la megafonía lo explica en varios idiomas. 
   De vuelta al camarote mis acompañantes deciden ir a cubierta, piso 14 del barco, para ver mejor la ciudad de Barcelona en el momento de zarpar. No les acompaño, necesito parar y relajarme. 
   Estoy entretenida cuando observo que el barco mercante que había visto al llegar se adentra más hacia el muelle, me extraña pero nada me dice que no sea el mercante el que se mueve sino mi barco. Poco después observo cómo el espigón del muelle también camina sobre el mar. Entonces tomo conciencia que hemos zarpado. El barco ha andado ya unos kilómetros y no se ha movido ni un ápice. 

Ahora son casi las seis de la mañana. Sé que voy en barco porque estoy sintiendo el agua al ser apartada por el inmenso buque, tan solo por eso.