martes, 2 de marzo de 2021

EL REENCUENTRO


                                                                  (Foto cedida por Salvador Parreu Frasquet) 


Es la historia de esta pareja que en su tiempo vivieron una gran historia de amor. Una pareja que congeniaron desde el primer momento, que tuvieron ilusiones, proyectos, objetivos y, sobre todo, pasión. El tiempo, las obligaciones, las responsabilidades, los compromisos, la dedicación a sus hijas, a sus trabajos... y especialmente la falta de tiempo en común ha ido pudriendo la relación, como la carcoma pudre la madera. 


Otro día más. Eladia sale del trabajo. Su cuerpo se apresura a buscar el coche que lo tiene aparcado dos manzanas más abajo, pero su cabeza todavía está en la oficina. Cada día le pasa igual, hasta que no sale su pequeña de la escuela y la niña comienza a sacar palabras por su minúscula garganta no desecha los problemas laborales. Entonces sí, se concentra en las inquietudes de su pequeña. 



Así comienza la segunda fase del día, pasando a buscar a sus dos hijas para llevarlas a las actividades extra escolares. Mientras las niñas están nuevamente en sus clases, la madre aprovecha para hacer algunas compras. Le gustaría quedarse este ratito a hablar con las otras mamás, pero no puede. Eladia y Jorge, su marido, llegan a casa casi a la misma hora. El trabajo y la rutina continúa. Él hace las cena y los bocadillos para el día siguiente. Ella prepara el baño de las niñas. Después de la cena hay que hacer los deberes del cole. Si hay tiempo, las pequeñas pueden ver un ratito la televisión. Las niñas se van a dormir temprano, Jorge se acomoda delante de la televisión. Eladia pone la lavadora o el lavavajillas, plancha, o arregla el bajo de la falda de su hija que ha pegado un estirón. A veces, hay que darle un repaso al suelo o a los baños. Cuando Eladia acaba de hacer lo mínimo imprescindible de tarea del día se sienta al lado de su esposo. Normalmente él a esa hora ya se ha dormido. Ella lee un poco o cambia de canal. A la mañana siguiente, el día comienza igual que el anterior. Eladia es la primera en entrar en la ducha y salir hacia la oficina. Jorge se encarga de ordenar la casa, dar el desayuno a sus hijas y llevarlas a sus diferentes escuelas. La mayor va  al instituto.  Los fines de semana, también tienen su rutina. Los sábados toca hacer limpieza general y supermercado. Los domingos están dedicados  a visitar a los padres y a sacar a sus hijitas al parque, a la playa o al campo.  


Todo tiene tanta rutina que parece que nadie se plantee cambios. Las niñas protestan por el poco tiempo que tienen para jugar, pero los padres, siempre al unísono, les contestan que el día de mañana se alegrarán. Eladia, da por hecho que esa es la vida que ha escogida y, por tanto, no cabe la duda de si le gusta o no. Cada vez que la sombra de la duda le viene a la mente, la desecha como se desecha al mismo diablo. Sabe perfectamente que la duda la lleva a una respuesta. Y tiene miedo a esa respuesta.  Ella esta bien así. Tiene trabajo, una vivienda que pagan sin demasiado esfuerzo y unas hijas sanas y responsables. Su marido es buena persona y adora a las niñas. ¿Cuanto tiempo llevan así? Se contesta a sí misma que muchos años, que en el fondo ese hombre que está adormilado a su lado en el sofá, a ese hombre, apenas ya le conoce. Se ven cada día, hablan cada día, les es fácil llegar a acuerdos domésticos y pedagógicos. Los dos trabajan fuera y dentro de casa. Hasta cuando se aman en su dormitorio, lo hacen por rutina, como si hacer el amor fuera una obligación que ninguno de los dos se atreve a romper.  Hace mucho tiempo que ya no hay nada más entre ellos. Nunca hablan de ellos mismos, de sus anhelos, de sus gustos, de sus ilusiones, de sus esperanzas... Eladia y Jorge, a pesar de vivir juntos se han distanciado tanto, que ya ni se conocen. La rutina y la falta de tiempo ha matado su amor. Eladia se siente extraña ante él.  

                                                            

Jorge arregla coches en el taller mecánico. Su trabajo le agota físicamente pero le gusta. De hecho, cuando es más feliz es precisamente cuando está debajo de un coche: allí solos el coche y él, escudriñando sus víscera. Cuando llega la noche y se sienta ante la tele, nota que ya no puede más con su cuerpo. Desde su posición privilegiada del sofá observa a Eladia como entra y sale de la cocina, como viene arriba y abajo del pasillo. De buena gana le pegaría un grito y le diría: “siéntate ya de una puñetera vez”. Hace ya tiempo que no le pide que se siente a su lado. Tiene la necesidad de estar con ella, de hundir la cabeza en el pecho de su esposa y descansar mientras ella le acaricia el cabello. Piensa que debería levantarse para ayudarla, pero está tan cansado... 

 

Una noche un rayo de luz pasa entre ellos. No se sabe el por qué, pero ha ocurrido el milagro. Un milagro que ya ninguno de los dos esperaba. Esta noche Eladia acaba pronto de recoger la cocina. Jorge se había adormilado, pero se ha despertado, como si algo o alguien le avisara que hasta ahí habían llegado. La mujer se sienta, como siempre, a la derecha del hombre. Ella mira la tele, pero tiene la sensación de ser observada. No puede ser otra persona más que él. Casi con miedo, gira la cara y se encuentra con dos grandes y expresivos ojos que penetran los suyos. Eladia, se turba. Por un instante no sabe si retirar la vista o seguir mirando. Pero le intriga la expresión de su marido. Eladia y Jorge mantienen los ojos bien abiertos, mirándose mutuamente. No abren la boca para nada. No mueven ni  sus manos, ni sus cuerpos. Así están unos interminables minutos. Es la primera vez en su ya larga historia de convivencia que les pasa algo parecido. No hablan, pero se entienden. Ambos se preguntan y se contestan, pero sin palabras. Tienen claro que habían estado juntos, pero que no habían estado presentes durante muchos años. Se prometen a si mismos que se mimarán, que se dedicarán momentos exclusivos. Se dicen con la mirada que nunca más caerán en el olvido. Toman conciencia que son piezas clave el uno en la vida del otro. Se dan cuenta, sin llegar a decirse nada, que amar y entregarse, no implica perder nada de lo que ya tienen. Siguen en silencio, Eladia pone su cara en el cuello de Jorge. Jorge, unde la nariz entre los rizos desordenados de su esposa, inspira y deja que penetre el olor de sus cabellos hasta lo más profundo de sus pulmones. Ella, con los ojos cerrados mueve lentamente su cara, rozando la piel de Jorge para estar segura de que sí, que sí es verdad lo que les está pasando. Se acaban de  reencontrar.