domingo, 14 de septiembre de 2025

Hermanos en Andalucía-EPÍLOGO

 

Epílogo

Al iniciar el viaje teníamos un objetivo amplio. Nos quedó por visitar: Chiclana, Conil, Doñana, Huelva, Benaoján, Rota y Sanlúcar de Barrameda.

Si bien teníamos calculadas perfectamente las distancias y los tiempos, en lo que no reparamos fue en nuestras posibilidades reales. Hicimos los cálculos sin tener en cuenta que cada uno de nosotros presentaba sus propias limitaciones.

No obstante, dicho lo anterior, hemos visitado muchos sitios, quedando bien satisfechos con nuestra hazaña.

Ha sido una experiencia bonita el compartir días juntos, además de ver lugares, aprender historias y recordar nuestro pasado común. Hemos llevado todos a nuestro buen hermano Paco en el corazón, y en cada rincón bello que veíamos hacíamos el gesto involuntario y silencioso de mostrárselo. Ojalá hubiéramos hecho esta escapada unos años antes de su partida eterna.

Para redondear este y todos los viajes, hay que recordar esa frase que yo siempre me digo:

No importa dónde vas, sino con quién.

 

Hermanos en Andalucía-Sábado 12 de abril de 2025

 

Sábado 12 de abril de 2025

Desayunamos en el tumultuoso hotel, el cual nos pareció un oasis en medio del desierto.

Luego, y tranquilamente, nos dirigimos hacia Terrassa; menos de trescientos kilómetros nos separaban del resto de nuestra familia.

Estaba todo planificado: la idea era llegar a la hora de comer. Lo haríamos en el Viena. Sin embargo, antes pasamos por casa de Maruchi para que dejara la maleta. Hortensia y Javi estaban advertidos de nuestra llegada, y habíamos convenido que ellos vendrían a comer con nosotros. A mi cuñada la acercó su hijo Áker, el cual se marchó tan pronto llegó Javi, pues tenía tareas pendientes en casa y no se podía quedar a comer con nosotros.

Fue chulo encontrarnos los seis y compartir juntos las últimas horas de este precioso viaje. Después de haber pagado la comida le dimos a Maruchi el dinero restante, el que había sobrado del fondo, pues ella, la persona más generosa que he conocido, era quien se lo debía quedar.

Maruchi llevó a Beli a su casa. Javi y yo acercamos a Manolo y Hortensia a la suya. Nosotros, juntitos de nuevo, volvimos a nuestro hogar por la carretera de las curvas, nombre coloquial que le damos a la B-122, la que va de Terrassa a Castellbell y el Vilar, pasando antes por los Caus y Rellinars.

Y yo, en mi mente, pensaba todo el rato en cómo iba a escribir este pequeño libro, donde cuatro hermanos de avanzada edad fueron a visitar el sur de España y a recorrer las calles de su infancia.

 


Hermanos en Andalucía-BENICÀSSIM

BENICÀSSIM

Ciudad de algo más de veinte mil habitantes, aunque en época estival puede triplicarse. Se encuentra al norte de la provincia de Castellón, entre Oropesa y el Grao de Castellón. Es una población que forma una franja estrecha, con largas playas.

Parece que sus inicios se remontan a la época medieval, con el castillo de Montornés, a unos dos kilómetros en línea recta de la costa. A finales del siglo xviii se comienzan a construir las primeras casas alrededor de la iglesia Santo Tomás de Villanueva. Pero el auge constructivo empieza realmente en la década de los sesenta, cuando se buscan segundas residencias marítimas. Actualmente la actividad económica depende del turismo.


Hermanos en Andalucía-Viernes 11 de abril de 2025

Viernes 11 de abril de 2025

Bajamos a desayunar a una cafetería que hay delante del mercado, pues el hotel no tenía ningún tipo de servicio de restauración, ni siquiera máquinas de café. De hecho, era un hotel muy céntrico, por lo que solo con pisar la calle había donde comer por todas partes.

Pagamos las dos noches y pedimos que nos trajeran el coche. Lástima, esa mañana Carlos no trabajaba, nos hubiera gustado despedirnos de él.

Tras conducir dos horas paramos para comer y llenar el depósito de gasolina. La cuestión es que fue un día dedicado plenamente a la conducción. Manolo estuvo un rato al volante; era la primera vez que lo hacía desde que llegamos a Jerez de la Frontera, cuando se encontró mal aquella noche. En esta ocasión, todo perfecto, según lo planeado.

No obstante, a la llegada al hotel de Benicàssim todo se giró. Recuerdo perfectamente que llegamos cuando comenzaba el atardecer. Dejamos el coche en el aparcamiento exterior del hotel, boquiabiertos al ver la magnitud del edificio: era enorme. Al hacer el check in preguntamos si podíamos cenar allí mismo, y sí, no había problema. A la entrada pagaríamos y, luego, como era self-service, podríamos comer lo que quisiéramos. Perfecto, nos dijimos.

Subimos a las habitaciones, y poco después bajamos con la intención de entrar en al comedor. Pero… ¡había una cola de casi veinte metros! Nos colocamos los últimos, mientras veíamos que tras nosotros se situaban más y más personas. La cola no avanzaba, pues el restaurante aún no estaba abierto.

Los cuatro, que ya nos conocemos, nos miramos sin abrir boca pero pensando todos lo mismo: nos largamos de aquí. No sé quién lo dijo primero, pero, como en otras muchas ocasiones durante este magnífico viaje, no hubo réplica, sino unanimidad.

—Aquí no solo hay cola para entrar, es que dentro habrá cola para coger la comida. Será horroroso acercarse a los mostradores. La playa está solo a unos diez minutos de aquí. Seguro que hay un paseo marítimo y muchos chiringuitos. ¿Vamos?

Brillante idea. Si bien Beli y yo ya teníamos ganas de acabar la jornada, el aire fresco de la incipiente noche nos dio energía para caminar. Pero el paseo marítimo como tal no existía en esta parte de la población; los edificios acababan literalmente en la playa. La mayoría eran viviendas.

No se veía, pues, a casi nadie por las calles. «Todo el mundo está en la cola del comedor del hotel», recuerdo que pensé. Encontramos a pocos metros un restaurante en el que había mucha gente. Pero… ¡otro chasco! Estaban celebrando una preboda, y, claro, no estábamos invitados; no nos podíamos quedar. La metre, muy amable, nos aconsejó que nos dirigiéramos a la parte lateral del mismo restaurante, donde posiblemente nos podrían ofrecer algo de cena. Allí solo había dos camareras. Eran mesas altas con taburetes. Nos dijeron:

—Claro, como hay una celebración no habíamos previsto nada en la cocina, pero unas patatas chips y unas olivas o algo así se pueden tomar aquí, estarán bien tranquilos.

Y tan tranquilos, no había absolutamente nadie. Yo me aparté y les dije: «Vámonos». Beli, que es la más observadora, repuso:

—Viniendo para acá he visto un supermercado. Mejor compramos cualquier cosa y comemos en la habitación, como hemos hecho siempre.

Por fin parecía que aquel día algo nos iba a salir bien. A todo esto, ya era noche cerrada. Recuerdo calles desiertas en las que se oía únicamente nuestras pisadas. Al llegar vimos que el acceso a vehículos tenía una cadena. Parecía fantasmal, pero había luz en el interior del establecimiento. Al entrar, un letrero nos advertía que se cerraba a las nueve. Miré el móvil, faltaban diez minutos. Nos dividimos: «Quien encuentre el agua que la coja». Yo tenía claro que quería ensalada, mi gran comodín. Nos encontramos en la caja a pocos minuto de cerrar con agua para dar y vender, pues todos habíamos pasado delante de ella. Y como somos como somos, como nos han educado a todos por igual, recorrimos nuevamente a los pasillos para devolver las botellas de más, ya que nos sabía mal dejarlas allí mismo, al lado de la cajera.

Por lo menos no nos iríamos a la cama sin cenar.

Al final resultó ser un plan ideal; apetecía cenar en la miniterraza, la de las chicas, como siempre. Improvisamos un pequeño comedor con la mesita de noche. Ya relajados comenzamos a comer, pero entonces… ¡empezó a llover! Bueno, suerte que la terraza era techada, aunque los que estábamos hacia el exterior nos mojábamos la espalda. Así que bien apretujados hacia el interior conseguimos acabar la cena. Y luego a dormir.

Hermanos en Andalucía-MÁLAGA

 

MÁLAGA



Con casi seiscientos mil habitantes empadronados, es la segunda ciudad más poblada de Andalucía, después de Sevilla. Aunque en época estival puede llegar a triplicar la población debido al turismo.

Al igual que otras ciudades costeras de esta región, Málaga es fundada por los fenicios. Más adelante la habitan los cartagineses. Luego, tras la dominación y decadencia romana, es invadida por los pueblos germanos. Posterior a la conquista árabe, Málaga llega a ser capital de una taifa.

El 19 de agosto de 1487 entran los reyes católicos tras medio año de asedio, para la expulsión nazarí. Bajo la influencia de Castilla, la ciudad cambia el trazado urbano y se comienza a construir la catedral, la cual no se puede acabar por la cesión de dinero a los norteamericanos cuando se independizan de los ingleses. A la catedral de Málaga le llaman la Manquita debido a que le falta una de las dos torres.

Entre los siglos xv y xviii la ciudad decae debido a malas cosechas, entre otras cosas por las inundaciones del río Guadalmedina,

En 1937, en plena Guerra Civil española, se produce La Desbandada, donde los malagueños que huían por la carretera hacia Almería fueron bombardeados por aviones franquistas. Murieron alrededor de cuatro mil personas.

En el siglo xix se sitúa como la primera ciudad industrial de España.

Actualmente es la ciudad con mayor actividad económica de toda Andalucía.

Málaga proviene de la palabra «malaka», ‘reina’. Así se entiende cómo la concebían ya en sus orígenes: reina entre las demás ciudades de la costa.

 

Hermanos en Andalucía-Jueves 10 de abril de 2025


 

Jueves 10 de abril de 2025

Este capítulo va a ser el más extenso de todos. No podemos perder de vista que el fin último era pasear por la ciudad que nos vio nacer.

Para mis hermanos ir a Málaga era como recibir una inyección de adrenalina. Además, aquí habían venido a parar las cenizas de nuestra madre, fallecida en 2012.

Ellos recuerdan vívidamente los años de infancia transcurridos en esta zona. Yo, la verdad, todo lo que sé de nuestra historia familiar en el sur es porque ellos, mis padres y mis primos me lo han explicado. He de decirlo, no tengo esa sensación de pertenencia; desconozco si es porque era muy pequeña cuando emigramos a Terrassa o si se debe a mi carácter, mi manera de ser. Quizá sea esto último, pues sé de gente que ha nacido en Cataluña, siendo hijos de personas llegadas de otras tierras de España, y se sienten del lugar de sus antepasados.

A Málaga llegamos el día anterior por la tarde, faltando poco para el anochecer. Si no hubiéramos parado por el camino hubiéramos tardado tres horas en llegar, pero tal como expliqué anteriormente aprovechamos el trayecto para visitar la Cartuja de Jerez de la Frontera y el Castillo de Colomares. Así que llevábamos un día muy ajetreado.

La entrada fue progresiva; de menos a más, de menos tránsito a más coches y bullicio. Nos adentramos en el mismísimo centro de Málaga, con gran tráfico, calles angostas, semáforos y gente, mucha gente. Las calles cada vez eran más estrechas, hasta que la que albergaba el hotel era de un solo carril y sin zonas de aparcamiento en ninguno de los dos lados. Además, las aceras, muy estrechas. Había muchas personas deambulando por la calle, que se veían obligadas a tener que caminar de vez en cuando por la calzada.


Había llamado al hotel días antes para saber si tenían aparcamiento; para mi desolación me dijeron que sí había, pero que no estaba en el mismo edificio, y que no podían garantizarnos que hubiera plaza.

Mi gran preocupación era dónde pararía el coche para que ellos tres pudieran bajar las maletas. La idea era esperar un momento hasta que les dijeran si podíamos dejar el coche en el aparcamiento del hotel y que, en caso afirmativo, les dieran la dirección.

Por suerte había una zona para estacionar momentáneamente (solo un vehículo) y estaba libre. Bajé para ayudarles con el equipaje. Entonces vimos aparecer a un señor de mediana edad, calvo, con gafas y con una sonrisa perenne, que bajaba las escaleras del hotel. Venía directo hacia nosotros. Yo, angustiada y con prisas porque creí que el coche podía molestar. Entonces el hombre nos dijo:

Bienvenidos al hotel Don Curro. Les ayudo con las maletas, no se preocupen.

Vi como con gran agilidad cogía una maleta en cada mano y las dejaba en el hall del hotel, bajando pronto a buscar las otras dos mientras mis hermanos aún se colgaban bolsos y mochilas. Luego, con la misma presteza nos indicó:

—Denme la llave, yo lo llevaré al parking. Cuando necesiten el vehículo lo avisan en recepción media hora antes de la salida y yo se lo volveré a dejar aquí.

Le pregunté el nombre; Carlos me dijo. No lo olvidaré jamás porque se llamaba como mi adorable sobrino.

Yo no sé qué apariencia tendrá Dios, pero se debe parecer mucho a Carlos, el asistente del hotel Don Curro. Porque me pareció que no era correcto, pero en aquel momento le hubiera dado un abrazo para expresarle mi gratitud. Me sentí como si me hubieran quitado una gran losa de encima.

Seguidamente del check in Carlos nos subió las maletas, primero a las «tres mosqueteras» y luego a «Dartañán».

Todos los que me conocéis sabéis que al atardecer yo me «apago», igual que el sol. Había sido un día muy movido. Por otro lado, Málaga, para nosotros, simbolizaba mucho más que una ciudad; estábamos emocionados, y, como suelo decir, las emociones cansan.


Yo solo tenía ganas de ducharme y ponerme el pijama. Beli también estaba cansada. A Manolo y a Maruchi, sin embargo, les apetecía hacer una primera toma de contacto por las calles de la ciudad, además de que debían comprar algo para comer. A su vuelta cenamos en la habitación de las chicas.


Lo bonito fue al día siguiente. Nos fuimos directos a desayunar chocolate con churros. Ya en la calle una señora muy amable nos indicó dónde encontraríamos el lugar adecuado. Curiosamente, no había apenas gente deambulando. Alguien de nosotros le comentó a la misma mujer que cómo era que había tan poca gente por las calles. Curiosa, la respuesta: «Es temprano, los turistas aún no han salido a pasear. Todos los que ustedes vean por aquí son trabajadores o personas que van a la plaza a comprar».





Después del desayuno, fuimos al mercado de abastos, lugar inevitable para mis hermanos. Para ellos es un lugar muy simbólico, ya que recuerdan que mi madre había tenido un puesto donde vendía diversos productos. Eso antes de dedicarse al estraperlo, para ganar más. Ellos miraban frutas y pescados, y yo, como siempre, me fijaba en la arquitectura, las vidrieras pintadas y los arcos que aguantan el techo. Se paraban a menudo en los puestos, preguntando mil cosas y explicando varias veces que nosotros éramos de allí. Por suerte, el carácter malagueño, extrovertido, de los vendedores daba pie a conversaciones interesantes, donde siempre aprendíamos algo.

Ya casi salíamos del mercado por la otra puerta cuando Manolo fijó la atención en un puesto. ¡Había reconocido aquel pan! Era el de la panadería de Rafael, aquel vecino nuestro del barrio del Puerto de la Torre, el que nos regalaba de vez en cuando un chusco, y algunas de ellas, a escondidas de nuestro padre, ponía dentro un trozo de chorizo o de jamón. Se dirigió a la dependienta. Allí estuvieron hablando animadamente un buen rato, poniéndose al día de todo, pues la muchacha era conocida de la familia del dueño de la panadería.


Luego paseamos por la calle Marqués de Lario
s. De ahí, a la de Pedro de Toledo. En esta calle vivían mi abuela y mi tía con mis primos. Ellas eran las encargadas de la portería del colegio que daba justo por detrás, en la misma manzana de la calle San Agustín, donde está la iglesia que lleva su nombre.

Cada vez que visitamos Málaga nos resulta imprescindible pasar por este lugar de confluencias de calles, donde hay una inmensa higuera; mi primo Antonio recuerda perfectamente cuando era niño y la plantaron. Dice mi prima Pepi que en ese colegio conoció a Pepa Flores, antes de convertirse en la popular Marisol; recuerda haberla visto cantar y bailar a la hora del recreo. Actualmente, el colegio se ha convertido en un museo: el de Picasso. También según Pepi, que visitó el museo, se han respetado restos arqueológicos que había en el subsuelo; tras un cristal pudo reconocer parte de la que fue su casa.




Después atravesamos el pasaje Postigo de San Agustí
n hasta llegar al restaurante El Pimpi. Tengo entendido que antes lo regentaba un familiar nuestro, y que hace un tiempo lo compró el actor Antonio Banderas, el cual vive muy cerca del mismo. Este lugar, además de tener una comida buenísima, abundante y barata, posee un interior digno de ser visto. Curiosamente te puedes pasear por él solo por el placer de verlo, nadie te atosiga para que te quedes a tomar algo. Es un sitio donde puedes entrar para ver, comer —si quieres (y bien)— y salir cuando creas oportuno.


Antonio, mi primo, que es un entusiasta de la historia —mucho más que yo—, me ha explicado que la palabra «Postigo» viene de que en tiempo remoto el sereno cerraba el pasaje con una puerta de madera (postigo), para evitar la entrada de ladrones. Por eso, en lugar de llamarse Pasaje San Agustín, le quedó el nombre de Postigo San Agustín.


Luego llegamos a la calle Alcazabilla, donde se puede ver en primer plano el teatro romano de Málaga, y al fondo el monte Gibralfaro, con su castillo y el Parador Nacional.



De allí pasamos al paseo del parque, donde pudimos ver una escultura a tamaño natural de un cantante con su traje típico de la zona, su gorro verdialero y un pandero.

A esa hora ya dudábamos de si dar la vuelta para ir a comer o seguir andando hasta la zona del puerto. Ambas opciones contaban con el mismo recorrido, pero si íbamos hacia el mar, a la vuelta tendríamos que andar más, y Beli ya estaba cansada. Al final decidimos que, si hacía falta, a la vuelta tomaríamos un taxi. Gran decisión, ir a la zona portuaria; allí hay buena oferta de restaurantes. Nuevamente tuvimos suerte con la elección. No recuerdo qué comimos pero sí recuerdo que me llamó la atención uno de los platos de la carta: «arroz del señoret». Así, en «catañol», como decimos en mi casa cuando mezclamos los dos idiomas.


Ya bien descansados bajamos un poco hacia el mar. Allí encontramos el faro, al que los malagueños llaman cariñosamente «la farola».

Pues bien, no nos hizo falta tomar un taxi, habíamos repuesto suficientes fu
erzas. Incluso Beli, que durante todos aquellos días de estancia andaluza siempre parecía cansada, ahora estaba con unas energías renovadas. Volvimos andando hasta la calle Marqués Larios, donde habíamos quedado con mi primo. También vinieron su esposa y su hija. Paseamos muy agradablemente 
por el centro de la ciudad, escuchando historias del pasado y del presente. 

Acabamos en la terraza de El Pimpi” comiendo pescaito frito.







Día redondo, de los de verdad.




Hermanos en Andalucía-CASTILLO DE COLOMARES


 

CASTILLO DE COLOMARES

Se trata de una singular edificación. Le llaman castillo, pero en realidad es un monumento inmenso a Cristóbal Colón y el descubrimiento del Nuevo Mundo. Lo construye el doctor Esteban Martín Martín junto a dos operarios de la construcción. Las obras se inician en 1987 y terminan en 2001, con la muerte del médico.


Biografía y motivos del doctor Martín

El doctor Martín nació en una pequeña localidad de Zamora en el año 1923. Estudió medicina en Valladolid, especializándose en ginecología. Emigró a Chicago, donde ejerció hasta su jubilación. Durante esos años, sin dejar de ejercer la medicina, se adentró en el mundo inmobiliario. Para su jubilación se compró un terreno en Benalmádena, con unas vistas preciosas hacia el mar.

En su etapa americana observó que la historia de España no estaba suficientemente divulgada, y que la conquista de América por Cristóbal Colón no se conocía apenas en el lugar donde él vivía. Es por este motivo, al jubilarse y venirse a vivir definitivamente a España, concretamente a Benalmádena, que decidió construir un enorme barco a base de piedras, imitación de la carabela que capitaneó Colón. Luego fue añadiendo edificaciones a su antojo y gusto, representando varias partes de la historia del descubrimiento. Para la ejecución de la obra, empleó todo el dinero que tenía ahorrado; hay que pensar que además del material, también debió pagar los sueldos de los operarios que le ayudaron. De todas formas, a pesar de quedarse sin fondos, cuando conseguía ahorrar un poco volvía a la construcción. Así estuvo hasta que cumplió los setenta y ocho años, cuando murió.

El doctor Esteban Martín hizo multitud de averiguaciones sobre la hazaña de Cristóbal Colón. Parece ser que el nombre de Colomares viene de la unión de la última sílaba del apellido Coloma y la primera de «mares». Esto nos lleva a la conclusión de que el promotor del monumento estaba convencido de que Colón, en realidad, se llamaba Coloma, de lo que se deduce que era oriundo de Cataluña.






Hermanos en Andalucía-CARTUJA DE JEREZ


 

CARTUJA DE JEREZ


La Cartuja de Jerez se encuentra a tan solo tres kilómetros de la ciudad, entrando por la carretera de Algeciras. Su verdadero nombre es Cartuja de Santa María de la Defensión.

En 1474 se levanta este monasterio sobre un antiguo santuario, el cual se había construido un siglo antes en agradecimiento a la virgen María por haberse ganado una batalla a los musulmanes en ese mismo lugar. Posterior a la reconstrucción llegan los primeros cartujos, que venían de Sevilla. Allí viven durante un siglo y medio aproximadamente, hasta que a mediados del siglo xix, con la desamortización, tienen que irse. Tras eso, se mantiene deshabitada más de un siglo. Sin embargo, en 1948 vuelven los monjes cartujos, hasta que en el 2001 se marchan definitivamente. Poco después llegan unas monjas, las Hermanas de Belén, que abandonan el monasterio el año pasado, en el 2024. Estas monjas son las que actualmente se encargan de llevar a cabo las actividades de la Cartuja.

La Cartuja de Jerez de la Frontera es de estilo gótico renacentista. Es el mayor monumento artístico de la provincia de Cádiz.



 

Hermanos en Andalucía-Miércoles 9 de abril de 2025

 

Miércoles 9 de abril de 2025


Se nos había acabado el tiempo de estancia en Jerez de la Frontera. Decidimos ir todos juntos, maletas a cuestas, hacia el aparcamiento. Teníamos una sensación ambigua al dejar la ciudad. Por un lado, nos íbamos ilusionados
por llegar a Málaga, pero por otro sentíamos que parte de nosotros se quería quedar eternamente en aquel lugar que ya nos conocíamos tan bien. Sobre todo, sabíamos que nos despedíamos de ese olor tan agradable a azahar que había por todas partes. Nunca olimos a gasolina, ni a basura… Solo a azahar, en todas partes y a cualquier hora que paseáramos. También era frecuente ver en el suelo multitud de pequeños pétalos blancos que la flor había dejado caer por las aceras.

Nos íbamos a la ciudad que nos vio nacer, pero antes haríamos un par de paradas que nos pillaban de camino.

Ya he comentado antes que Jerez tenía varias calles cortadas y que llegar al aparcamiento era algo complicado. Pues bien, después de varias pruebas descubrimos que, accediendo por la carretera de Algeciras, aunque eso suponía dar un rodeo por el exterior de la ciudad, llegábamos sin dificultad ninguna al parking.


Así fue como sin querer pasamos cada día por un edificio que, si bien al principio no sabíamos qué era, pronto descubrimos que se trataba de la Cartuja de Jerez. Le teníamos el ojo echado, y nos habíamos propuesta visitarlo tan pronto como pudiéramos.

Y ese momento se dio cuando ya nos dirigíamos a Málaga. Me impresionó, sinceramente. No sé qué tienen esos lugares históricos y religiosos que emanan paz de sus paredes; quizá la situación, en medio de la naturaleza; quizá el silencio; quizá el pasear entre ese edificio alto, precioso, sabiendo que allí solo va gente que busca la paz, en el sentido amplio de la palabra.

Además, por suerte, la puerta de la capilla estaba abierta y pudimos entrar. Había dos o tres monjas sentadas. Hice lo mismo, con mucho cuidado de no molestarlas en sus rezos, en uno de los últimos bancos. ¡Cuánta paz!

Después seguimos hacia Benalmádena, donde paramos cerca de los jardines del Muro. Allí dimos con un restaurante estupendo: La Perla. Estuvimos en la terraza, a la sombra, sin apenas gente; muy tranquilos, con buena comida y camareros muy profesionales y simpáticos. Luego fuimos a visitar el jardín, donde hay un mirador, desde el cual se llega a ver el mar, y también abajo, chiquitín, el castillo de Colomares.


Para acercarnos a visitarlo cogimos al coche. Hubiéramos podido ir perfectamente andando, pues estaba muy cerca, pero habíamos visto que había un buen aparcamiento gratuito justo al lado, y pensamos más que nada en la vuelta.

Sacamos allí mismo la entrada, solo dos euros. Toda la edificación nos resultó muy curiosa, pero mucho; se notaba que era como un capricho del constructor. Estaba lleno de detalles, de lugares preciosos para hacerse fotos. Y es que el día acompañaba, soleado, pero sin calor. Había, creo recordar, hasta doce QR que explicaban todo el proceso de construcción; empezamos a leer con muchas ganas, aunque en el cuarto ya nos cansamos. Preferíamos caminar por los preciosos rincones del monumento; sí, monumento, porque de castillo solo tiene la apariencia. Un castillo es una edificación donde entras, hay un interior. Este, sin embargo, solo son paredes, a veces conectadas y otras no, pero preciosas, eso sí. Únicamente había un torreón, al que podías subir a través de unas escaleras internas.

Recuerdo que había una pareja de recién casados haciéndose fotos. Habrán salidos preciosas.

Luego seguimos el camino hacia Málaga.