¿CÓMO SE GESTÓ EL VIAJE?
Pensándolo ahora, con algo de distancia, no tengo claro cómo llegamos a emprender este viaje. Fue un conjunto de circunstancias a la vez. Pero ¿qué fue primero, dónde estuvo la chispa que encendió la mecha de este proyecto de hermandad?
Mi hermana Beli llevaba tiempo comentándonos que quería ir a ver los pueblos blancos de Andalucía. Decía que había estado en alguno y que le había encantado, que quería hacer un recorrido por los que le faltaba por ver. Últimamente, tras su separación matrimonial, insistía en ello con más frecuencia en todas las reuniones en que nos encontrábamos con ella. En esas conversaciones de sobremesa familiar comenzamos a tantear la posibilidad de que las tres mosqueteras (así nos autodenominamos mis dos hermanas y yo) y Javi (mi marido) pudiéramos emprender ese deseado viaje.
Pues bien, empecé a mirar mis banderitas. ¿Banderitas, he dicho? Hace mucho tiempo que, digamos, juego con el Google Maps. Si un amigo o un familiar va a algún sitio y me dice que ese lugar le ha encantado, o si comentan algún paraje bonito en un video, yo les pongo en el mapa una banderita de esas que te ofrece la aplicación, la de color verde que reza: «Quiero ir».
Ahí se quedan las banderitas puestas durante meses, años, o quizá eternamente. Pero si surge que hagamos un viaje a cualquier lugar lo primero que hago es mirar qué banderitas verdes tengo colocadas en el mapa alrededor o cerca de la zona que quiero visitar. Y, sí, tenía muchas banderitas en la zona geográfica del centro occidental de Andalucía.
La idea de visitar los pueblos blancos y otros lugares que teníamos marcados empezó así a tomar forma, pero la puse en la cola, pues Javi y yo teníamos pendiente dos viajes antes de verano. Además, Maruchi también tenía otros dos viajes con sus amigas, uno en España y otro en no sé qué país de Europa. Yo sostenía que octubre sería un buen mes, pues ya no haría demasiada calor, ni tampoco habrían llegado los fríos del invierno. Dos viajes en primavera, luego relax en mi casita de la montaña durante el verano, y en el otoño nuestro gran viaje. Pero…
Todo pareció precipitarse cuando mi hermana mayor me dijo: «¿Y para qué esperar tanto? Beli tiene muchas ganas de ir, y yo entre un viaje y otro tengo unos días libres». Javi y yo miramos nuestro calendario y, casualmente, también coincidíamos en que esos días los teníamos libres. A Beli no hizo falta preguntarle, pues, como estaba retomando su vida en solitario, era como si hubiera hecho un reset: lo tenía todo libre.
Empezamos a profundizar en qué lugares queríamos visitar. Fue muy fácil ponernos de acuerdo, tanto como elegir el día de salida.
A todo esto, Manolo (el mayor de los hermanos) me llamó una noche para decirme que si cabía en el coche se venía con nosotros. Él ya había comentado con Hortensia, su esposa, el anhelo de conocer esos rincones de su Andalucía natal. En un acto de generosidad, que siempre le estaré agradecida, le dijo que, ya que ella no podía ir debido a sus problemas de salud, se viniera él con nosotros mientras ella se iba esos días a casa de su hija.
Entonces surgió un pequeño problema: aunque cinco personas sí que cabíamos en mi coche —apretados, pero se podía—, cinco maletas era impensable. La solución vino tan pronto como llegó el problema: iríamos en el Volvo de Maruchi.
Justo me puse a buscar hotel cuando Javi me confesó que él no se veía capaz de hacer tres viajes en tan corto periodo de tiempo. Además, tenía pendientes varias citas médicas, y cabía la posibilidad de que le llamaran justo cuando estuviéramos de viaje. Por otro lado, todavía no estaba recuperado de una afección en el pie que le aquejaba desde hacía meses, con lo que no podría andar mucho. «Mejor id los hermano solos, así podréis ir hablando de vuestras cosas y vuestros recuerdos», me dijo. En definitiva, él tampoco venía.
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