domingo, 14 de septiembre de 2025

Hermanos en Andalucía-Miércoles 9 de abril de 2025

 

Miércoles 9 de abril de 2025


Se nos había acabado el tiempo de estancia en Jerez de la Frontera. Decidimos ir todos juntos, maletas a cuestas, hacia el aparcamiento. Teníamos una sensación ambigua al dejar la ciudad. Por un lado, nos íbamos ilusionados
por llegar a Málaga, pero por otro sentíamos que parte de nosotros se quería quedar eternamente en aquel lugar que ya nos conocíamos tan bien. Sobre todo, sabíamos que nos despedíamos de ese olor tan agradable a azahar que había por todas partes. Nunca olimos a gasolina, ni a basura… Solo a azahar, en todas partes y a cualquier hora que paseáramos. También era frecuente ver en el suelo multitud de pequeños pétalos blancos que la flor había dejado caer por las aceras.

Nos íbamos a la ciudad que nos vio nacer, pero antes haríamos un par de paradas que nos pillaban de camino.

Ya he comentado antes que Jerez tenía varias calles cortadas y que llegar al aparcamiento era algo complicado. Pues bien, después de varias pruebas descubrimos que, accediendo por la carretera de Algeciras, aunque eso suponía dar un rodeo por el exterior de la ciudad, llegábamos sin dificultad ninguna al parking.


Así fue como sin querer pasamos cada día por un edificio que, si bien al principio no sabíamos qué era, pronto descubrimos que se trataba de la Cartuja de Jerez. Le teníamos el ojo echado, y nos habíamos propuesta visitarlo tan pronto como pudiéramos.

Y ese momento se dio cuando ya nos dirigíamos a Málaga. Me impresionó, sinceramente. No sé qué tienen esos lugares históricos y religiosos que emanan paz de sus paredes; quizá la situación, en medio de la naturaleza; quizá el silencio; quizá el pasear entre ese edificio alto, precioso, sabiendo que allí solo va gente que busca la paz, en el sentido amplio de la palabra.

Además, por suerte, la puerta de la capilla estaba abierta y pudimos entrar. Había dos o tres monjas sentadas. Hice lo mismo, con mucho cuidado de no molestarlas en sus rezos, en uno de los últimos bancos. ¡Cuánta paz!

Después seguimos hacia Benalmádena, donde paramos cerca de los jardines del Muro. Allí dimos con un restaurante estupendo: La Perla. Estuvimos en la terraza, a la sombra, sin apenas gente; muy tranquilos, con buena comida y camareros muy profesionales y simpáticos. Luego fuimos a visitar el jardín, donde hay un mirador, desde el cual se llega a ver el mar, y también abajo, chiquitín, el castillo de Colomares.


Para acercarnos a visitarlo cogimos al coche. Hubiéramos podido ir perfectamente andando, pues estaba muy cerca, pero habíamos visto que había un buen aparcamiento gratuito justo al lado, y pensamos más que nada en la vuelta.

Sacamos allí mismo la entrada, solo dos euros. Toda la edificación nos resultó muy curiosa, pero mucho; se notaba que era como un capricho del constructor. Estaba lleno de detalles, de lugares preciosos para hacerse fotos. Y es que el día acompañaba, soleado, pero sin calor. Había, creo recordar, hasta doce QR que explicaban todo el proceso de construcción; empezamos a leer con muchas ganas, aunque en el cuarto ya nos cansamos. Preferíamos caminar por los preciosos rincones del monumento; sí, monumento, porque de castillo solo tiene la apariencia. Un castillo es una edificación donde entras, hay un interior. Este, sin embargo, solo son paredes, a veces conectadas y otras no, pero preciosas, eso sí. Únicamente había un torreón, al que podías subir a través de unas escaleras internas.

Recuerdo que había una pareja de recién casados haciéndose fotos. Habrán salidos preciosas.

Luego seguimos el camino hacia Málaga.







No hay comentarios:

Publicar un comentario