Lunes 7 de abril de 2025
Esta vez desayunamos pronto. A las diez abandonábamos Jerez de la Frontera camino al norte. Nos esperaban dos horas de camino hasta llegar a Aracena; había que estar en la entrada de la Gruta de las Maravillas media hora antes de la concertada.
Tuvimos tiempo para aparcar tranquilamente a las afueras del pueblo, como siempre hacemos, y buscar la ubicación. Éramos los primeros en la cola. La gruta, como suele ocurrir en todas, consistía en bajadas y subidas; pero en este mágico lugar también había buenos momentos de camino recto en los que poder contemplar pequeños lagos de aguas azules. Durante casi todo el trayecto había unas cuerdas de separación entre el camino o escaleras y las blancas rocas. Blancas, sí, casi todas, blancas como la nieve. Había asimismo tenues luces de colores colocadas estratégicamente en algunos rincones. La visibilidad era bastante buena, pues la gruta en sí da sensación de luminosidad. Lo malo era que, como había estado lloviendo esos días atrás, el suelo estaba mojado; la guía nos repetía una y otra vez que tuviéramos cuidado de no resbalar.
El nombre «de las Maravilla» está más que merecido. Las salas se encuentran nombradas por la forma caprichosa de las formaciones rocosas que hay en ellas. El recorrido es de prácticamente una hora, pero se nos pasó como si fueran diez minutos, pues entre la belleza de las vistas y la amena explicación de la guía se nos hizo muy corto.
Lástima que estaba prohibido hacer fotos. Yo intenté retener en mi retina todo lo que vi, pero soy consciente de mi limitación a rememorar todo aquello de lo que no tengo imagen física. Aunque reconozco que una foto no retrataría en absoluto la belleza que hay allí.
Andando por las calles de la localidad dimos con un museo del jamón. Nos pareció que sería interesante entrar, ya que no nos iba a dar tiempo de ir al pueblo vecino de Jabugo, famoso por sus jamones, tal y como teníamos planeado.
Bueno, a mí el museo no me gustó mucho, la verdad; creo que a mis hermanos tampoco. Había una exposición sobre los tipos de cerdo, su hábitat y su alimentación. Maruchi y yo nos sentamos a ver una película que explicaba lo que había en las paredes. Más que nada nos sentamos por descansar mientras esperábamos que Beli y Manolo satisficieran su curiosidad. A la salida había una tienda donde se vendía jamón del bueno y otros embutidos ibéricos. Pero el precio no entraba en nuestros bolsillos. Creo (como soy mal pensada) que eso de «museo» en realidad es una manera de atraer al turista para que pase por la tienda y compre; no le doy otra explicación.
Esta es la única población de Huelva que hemos visitado en este viaje de hermanos. Al final no tuvimos ocasión de ir a Huelva capital. Continua mi «Quiero ir» intacto. Algún día será…
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