Martes 1 de abril de 2025
Habíamos quedado a las seis de la mañana en Terrassa. Cuando estaba a punto de meterme en el coche apareció Javi en la acera, como un espectro, con su bata puesta y las manos en los bolsillos. Había salido para despedirse otra vez. En aquel momento no me dijo nada, me enteré doce días después, a la llegada: había pasado mal la noche, vomitando y con malestar general. Pensó que si me lo decía en el momento de la marcha, yo me hubiera ido preocupada. Razón no le faltaba, pues ya tenía sentimiento de culpa por dejarlo solo; si además hubiera sabido que no estaba bien de salud, hubiera sido todavía peor.Primero pasé por casa de Beli, luego fuimos a buscar a Manolo, y por último recogimos a Maruchi. Salimos de Terrassa media hora más tarde de lo previsto, pero no nos importó.
Resulta que las dos semanas anteriores a nuestro viaje había llovido muchísimo en toda España. Había habido derrumbes de paredes de algunas casas, y medio Jerez estaba cortado por las obras de reconstrucción. El GPS del móvil, que no sabía nada de los cortes de calles, se empecinaba en hacerme ir por ellas una y otra vez (y yo sin conocer la ciudad), hasta que por fin me llevó a las afueras y me indicó una nueva entrada. Cogí nervios, sí, pues por momentos pensé que no podría dejar el coche donde lo tenía programado y pagado. Por suerte, al final logré aparcar y volví andando hasta el hotel.
En recepción me esperaban para acabar los trámites. Ya en las habitaciones, ellos querían salir a dar un paseo por la ciudad; yo no: tenía una necesidad imperante de ducharme, cambiarme de ropa y relajarme.
Volvieron pronto y cenamos en la habitación de las chicas, al igual que casi todas las noches de nuestra aventura andaluza. Mis hermanos habían traído toda clase de provisiones alimenticias, que, por cierto, nos duraron para casi tres ágapes. Durante la cena, los tres se quejaron de que sentían una sensación de mareo, como si la cabeza les flotara y todavía estuvieran en el coche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario